19 oct 2011


ZONA DE PINAR


De afinidad mediterránea, el pinar genuino de las islas es una formación abierta caracterizada por el pino canario (Pinus canariensis), que crece por encima de la zona de nubes del monteverde en el norte y directamente por encima de los bosques termoesclerófilos en el sur, en terrenos con precipitaciones que rondan los 450-550 mm y una temperatura media anual entre 11ºC y 15ºC. El territorio que ocupa está influenciado por el alisio cálido y seco del Noroeste, que habitualmente sopla por encima de los 1.500 m, aunque la sequedad se acentúa aún más en las fachadas que miran al Sur. En invierno soporta frecuentes heladas y, ocasionalmente, algunas nevadas, a veces de importancia. 

En su conjunto, el pinar genuino ocupa territorios de los pisos bioclimáticos termomediterráneos y mesomediterráneos.
Los límites altitudinales del pinar típico oscilan entre 1.500 y 2.000 m en la vertiente septentrional y entre 900 ó 1.000 y 2.200 m en la meridional, aunque esos límites son frecuentemente rebasados en situaciones mixtas con las comunidades vegetales colindantes y como consecuencia de la gran competitividad del pino sobre sustratos sálicos y coladas volcánicas recientes.

El sotobosque del pinar es pobre y se compone en general de las mismas plantas que constituyen densos matorrales cuando es talado. las principales son el proliferus var. Meridionalis, Cistus symphytifolius y C. osbaeckiaefolius y el Bystropogon origanifolius.

Es probable que, en el pasado, el cedro canario (Juniperus cedrus) compartiera su área de distribución con la del pinar, pero al no resistir el fuego y ser muy explotado por su cotizada madera, prácticamente debió de desaparecer de éste, quedando relegado a los lugares más inaccesibles de la cumbre.
Antes de la llegada de los colonizadores europeos, y según se desprende de las crónicas, la influencia de los aborígenes canarios sobre la vegetación canaria fue bastante limitada, sobre todo en las masas forestales más importantes, donde es presumible que no ocasionasen grandes daños, en gran parte debido a la falta de herramientas adecuadas para talar los árboles y trabajar la madera. No obstante, conocemos la existencia de una serie de objetos de madera que obtenían mediante una lenta elaboración artesanal: armas, varas, bastones de mando, peines, colgantes, gánigos, palitos para producir el fuego, antorchas para alumbrarse, tablones funerarios, etc. La madera empleada en la fabricación de los anteriores objetos, así como en la techumbre de abrigos pastoriles, procedía de diversos árboles, entre los que destacaba el pino canario. Con corteza de pino se construyeron también boyas y cucharas, así como tapas y fondos de recipientes. Si bien los escasos ejemplares de pino canario que pudieron crecer en Fuerteventura desaparecieron en esa época, los frondosos pinares de las islas centrales y occidentales llegaron bastante bien conservados al momento de la Conquista, a pesar de los daños producidos en la foresta por los citados aprovechamientos, la incipiente agricultura practicada por los primitivos habitantes y la cultura ganadera.
La Conquista del archipiélago supuso un duro golpe para su paisaje vegetal, pues si bien los nuevos pobladores se encontraron con que la vegetación potencial cubría la mayor parte de las islas, la elevada demanda de madera con fines domésticos e industriales, así como la de espacios abiertos para el asentamiento de núcleos de población, terrenos de cultivo y dehesas de pastoreo, provocó durante el proceso de colonización (siglos XV y XVI) una rápida e intensa actividad taladora y roturadora. Ésta transformó en pocas décadas el paisaje insular, al acabar con una parte considerable de la cobertura vegetal original, a pesar de las medidas de control que pronto se trataron de imponer, pues, tras aprobarse las correspondientes ordenanzas que regulaban el reparto y aprovechamiento de los montes de Propios, éstos comenzaron a ser una de las principales fuentes de riqueza de las islas. Otro aprovechamiento exclusivo de los pinares, a los que causó un grave daño, fue el de la destilación de pez mediante la combustión de la madera, cuyo resultado era una brea oscura utilizada fundamentalmente en el calafateado de los barcos, para lo que existía una gran demanda, ya que además de su uso en las islas fue exportada a las Indias y a la costa de Guinea.


La última etapa en la evolución de los pinares, que comenzó en los años cuarenta del pasado siglo, coincide con la recuperación de la masa forestal de las islas, debida en primer lugar a la disminución de los aprovechamientos –al retroceso de la actividad agrícola y del pastoreo en las zonas altas de las islas, a la decadencia y desaparición de la industria naval y a la sustitución de la leña por el gas butano como combustible–, y en segundo lugar a la política de repoblación del Servicio Forestal del Estado (luego ICONA), así como al surgimiento de una normativa legal que comenzó a proteger muchos espacios naturales, como el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. Todo ello ha permitido una clara recuperación de la cubierta vegetal, sobre todo de las formaciones forestales de las medianías y cumbres. Pero dicho afán repoblador motivó que se creasen en todas las islas masas artificiales de pinos donde nunca los hubo, resultando un paisaje diferente al propio de cada zona insular. 

Al margen de lo expuesto, desde su establecimiento en las islas el pino canario ha estado sometido a la periódica incidencia del fuego, tanto por causas naturales (rayos, erupciones volcánicas, etc.) como por causas antrópicas. Estas últimas han incrementado la frecuencia de los incendios en las últimas décadas, y si bien el pino canario (gracias a su gruesa corteza) es capaz de resistirlos y rebrotar tras ellos, al igual que algunas de las especies características (sobre todo leguminosas, en las que la capacidad germinadora de las semillas se ve favorecida por el fuego), no cabe duda de que en el ecosistema se produce un empobrecimiento florístico, pues se pierde biodiversidad y gran parte del suelo por los procesos erosivos que actúan tras la disminución de la cubierta vegetal.

Como hemos visto, el pinar ha sufrido a lo largo de la historia reiterados incendios, explotaciones diversas (madera, pez, etc.) y extensas repoblaciones, que han transfigurado su paisaje natural; además, tanto en su área potencial como fuera de ella han tenido lugar reforestaciones y plantaciones con pino canario u otros (Pinus radiata, P. halepensis, etc.), lo que ha contribuido a mantener una buena masa forestal de pinar, aunque a veces a costa de otras formaciones autóctonas de las islas de gran interés biológico, como el bosque termoesclerófilo, el monteverde o el retamar de cumbre.
El área potencial del pinar en La Palma, a sotavento de los alisios, se extiende en altitud a partir del piso termomediterráneo seco superior; mientras que a barlovento, por encima de la influencia de las nieblas, lo hace desde el mesomediterráneo superior (a unos 1.500 m.s.n.m.) hasta contactar con los dominios del codesar de cumbre, que se establece en el piso supramediterráneo. En la actualidad, el pinar canario constituye la principal formación forestal de la isla y, a pesar de los incendios y de su secular explotación, muestra aún antiguos núcleos con viejos ejemplares de pino, de los mejores del archipiélago. En el sector meridional, sobre materiales volcánicos recientes, quedan claramente de manifiesto la capacidad colonizadora y la gran resistencia del pino canario en estos ambientes. En los paredones del interior de la Caldera de Taburiente, viejos ejemplares de cedro canario, en situación de refugio, testimonian quizás un antiguo dominio compartido con el pinar.
En la actualidad, se puede decir que para La Palma el pinar canario presenta un buen estado de conservación, ciñéndose su extensión  a la que le corresponde desde el punto de vista potencial. La explotación y los incendios reiterados en esta formación vegetal han transformado el sotobosque y el aspecto natural de sus diferentes comunidades, pero la masa arbórea, favorecida por las repoblaciones y la pirorresistencia del pino canario, persiste con gran vitalidad. Por ello, el futuro del pinar, si se mantiene su estado de conservación y no hay una alta reiteración de incendios, parece bueno, e incluso se podría ver potencialmente incrementada su área como consecuencia del calentamiento global.